miércoles, 6 de abril de 2011

Cosas de niños


Llegados a este punto, creo que por fin me has dejado sin palabras.
No se me ocurre ni una sola. Se me han acabado los sinónimos, las metáforas y los eufemismos. Tanto es así que me parece que ni siquiera el pequeño Larousse me podrá ayudar esta vez.
Nada de lo que se me ocurre decir tiene ya significado. Apenas si es sintácticamente correcto. Lo que me hace sentir como esos niños que tienen que inventar un lenguaje tan nuevo como desconcertante basado en sonidos o miradas incomprensibles, dirigidas a los adultos que tienen alrededor, en un intento desesperado de expresar sus recientes y abrumadoras emociones.
Me he quedado de repente sin aquellos tantos adjetivos bellos con los que te nombré. Te has quedado con todos y cada uno de ellos. Dejaste que te acariciaran la piel pero nunca los oíste bien. Y ahora que los vuelvo a necesitar no quieren volver. Y ahora que sí los quieres escuchar no me acuerdo de cómo decirlos.
Por si toda esta mudez repentina no fuera suficiente, tengo el dedo pulgar derecho tan hinchado como el corazón, por lo que tampoco se me da demasiado bien escribir. Seguramente se me debió tensar demasiado el tendón cuando me miraste a los ojos de nuevo, o más bien cuando me di cuenta de que me volvías a ver. El universo y mi mano se han declarado en huelga para no dejar que simplemente escriba que te quiero. ¿Y quién soy yo para llevarles la contraria?
El caso es que posiblemente haya perdido la capacidad de comunicación. Puede que la perdiera en el camino por el desuso o que solamente se encuentre en estado de shock. Lo que sí que puedo asegurar es que en estos momentos no la encuentro. Y el lado con mantequilla de esta historia es que es cuando más la necesito.
De todas maneras, sin palabras o con ellas, me vuelvo a sentir tan pequeña al dirigirme a ti como cuando aún no había dicho esta boca es mía. Como cuando sólo podía expresarme con los ojos. Como cuando sólo sabía gritar, reír o llorar. Como cuando aún eran los ochenta.
Sin embargo, algo ha cambiado desde entonces. Es cierto, no sabía hablar, pero eso no era importante, porque en aquel momento de mi vida no tenía tanto miedo a arreglarlo y decirlo todo de golpe, con sólo un beso.

Pero, ¿y quién soy yo para no volver a la infancia?

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