lunes, 4 de abril de 2011

Mañanas desesperadas.

A veces me despierto con la responsabilidad de no permitir que te vayas de nuevo.
Sin saber cómo se hace, me enfrento con los pies fríos a la opresión en el pecho
que me recuerda que sigues siendo tú. Esa criatura que me duerme y me quita el sueño. Esa pregunta que dura toda la vida. Ese desencadenante de tormentos y maravillas. La única forma de amar que conozco.
Últimamente por las mañanas me pesan más los hombros y arrastro más el pijama.
Será que llevo las toneladas de una decisión a la espalda. O quizá sea solamente que tengo los bolsillos repletos de besos, miedo y oportunidades desaprovechadas.
No lo sé, nunca se me ha dado bien estar segura de algo completamente. Dudar de lo indudable siempre fue mi fuerte. Bueno eso, y ser igual a ti incondicionalmente.
El caso es que antes de mirarme en el espejo ya recuerdo tu nombre. Ya vuelvo a ser consciente de que no fuiste sólo un sueño. De que todavía y otra vez aún te quiero. Y que sólo contigo soy todo lo que deseo. Que todo lo demás es insignificante en tu presencia. Es entonces cuando me entra el pánico inconsolable al preguntarme si aún no lo sabes. Si aún esperas escuchar algo que te dije demasiadas veces. Si aún te cuestionas si soy yo, si eres tú. Si es lo correcto, si sería perfecto. Si aún te espero.
Me desquebrajo incontrolablemente al abrir los ojos cuando pienso, que se te pasa por la cabeza ahora que te dejé de querer en algún momento.

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